Verbear la pantoja
J. C. Sainz de los Terreros (Representante del Duendecillo Bolilla).- No hay error en este titular, aunque lo parezca, ni tampoco se refiere a la cantante española, aunque lo parece.
Este nuevo relato del duendecillo, está dedicado a recordar, o dar a conocer en su caso, -cree que muchos no tienen noticia de ello, -un hecho muy curioso y que forma parte de la historia del Monasterio escurialense, y por tanto de la de este Real Sitio.
Durante los más de veinte años que duró su construcción, se oía hablar por estos lares, de forma muy extraña. Para ir a la Iglesia a rezar, se escuchaba: ”Proro a bujara a murear los verbos de Quiroa” que traducido significaba, “Ir a la Iglesia a trabajar los verbos de Dios” Era la forma de comunicarse de los maestros canteros de Trasmiera.
Trasmiera, es la Comarca cántabra que se extiende entre las bahías de Santander y Santoña, en la que se asentaban los famosos “maestros canteros trasmeranos”, cuyo cuidado y perfecto trabajo era conocido desde la Edad Media, pues ya, a finales del siglo XI y principios del XII, participaron en las obras de construcción de las murallas de Ávila.
Cuando el arquitecto Juan de Herrera se hizo cargo de las obras del Monasterio, perfecto conocedor de su gran trabajo, pues era trasmerano de nacimiento, les contrató para llevar a cabo toda la cantería, que no era poca. Fueron más de dos mil, los que atendieron a la llamada de su paisano, trayendo consigo a estas tierras, además de su buen hacer con la piedra, sus costumbres y tradiciones, su forma de vivir, y especialmente su particular manera de comunicarse entre ellos, utilizando la jerga o lenguaje especial, de su creación, conocido por LA PANTOJA. De ahí, el titular de esta historia: VERBEAR/HABLAR/ LA PANTOJA.
Distribuidos por las canteras de la zona, de La Fresneda, de Peralejo y Zarzalejo, de la Herrería, de la Alberquilla y de la, entonces, pequeña aldea de El Escorial, formaron pequeños poblados con chozas y modestas casas, junto a las fraguas y los talleres del trabajo diario.
LA PANTOJA, era un lenguaje solo oral, sin escribirlo nunca para evitar su desciframiento, con pocas palabras en su vocabulario, -no superaban las ochocientas-y no lo trasmitían a ninguna persona que no perteneciera a su gremio. Era complejo, para poderlo hablar entre ellos sin que les entendieran los que no les interesaba que lo hicieran, y para mantener a buen recaudo los secretos de su profesión.
Muchas de sus palabras estaban formadas, transmutando las consonantes que la formaban. Así, moza, decían ”zoma”, o bajar, ”ajabar”, o querer, ”arriquer”.
Otras veces para un alimento o una situación, lo hacían con frases: la leche era “oreta clamo de la irona”, agua blanca de la vaca; llorar, decían “oretas por los llampos”, aguas por los ojos.
Lo hablaban, tanto en su vida cotidiana como en el trabajo, para hacer imposible conocer sus técnicas de cortado y labrado de las grandes piedras, para lo cual, las distintas herramientas que utilizaban, tenían nombres pantojeros. El hacha, era “hercha”, la paleta, ”lapeta”, los picos, ”quipos”, los cuchillos, ”cutón”, el martillo, ”jichu”, y el martillo especial para golpear los punteros y cinceles con una sola mano, ”mandarria”.
Entre las múltiples anotaciones que guarda el duendecillo en su baúl mágico sobre este tema, tiene la importante conversación mantenida entre un oficial y uno de los canteros de su cuadrilla, después de haber escuchado, quejarse muy enfadado, a Juan de Herrera, por la lentitud de las obras de la Basílica:
“Enganchecido el bujé, parar que busir muros a primura y murear la bufara, que diz a toda furia”. “El jefe está enfadado, habrá que subir paredes deprisa, y trabajar la Iglesia con toda gana”.
Ante esto, el arquitecto tuvo que tomar medidas urgentes para solucionar esta situación, contratando diez cuadrillas de canteros trasmeranos más, unos cuatrocientos, y decidiendo que las piedras vinieran ya labradas desde la misma cantera.
El duendecillo también me ha pasado algunas de las palabras y frases cortas pantojeras.
Es curioso que a la cama, la llamaban “piltra”.
Sobre alimentación, ”araquia” era carne; ”fumarro” huevo; ”urdiz”, tocino; a las castañas, las llamaban “mangotas”.
En cuanto a la vestimenta, ”valeos” eran los pantalones; ”saldaña”, la camisa; los zapatos,”calquetes”; el sombrero, ”chapeo” ;”ñapuelo”, el pañuelo.
Y si habías comido mucho y tenías necesidad, ”chisquear”, era defecar.
De profesiones, ”cáligo”, era el clérigo y ”alfañique” el albañil.
Para almorzar, decían ”proro a azomar”; ”niete chusmas morras” significaba tener mucho dinero; ”verdegosas de la terragusa”, eran las verduras y hortalizas.
También guarda “Bolilla”, la curiosa forma de pedir la cuenta, en su especial “idioma”, un trasmerano, que no estuvo muy a gusto en la posada:
“Orza me corrige, juana me aflige, zorrias me jatean. Atorramé la tuenca, que yimis se guasea”. “El frio me atormenta, el hambre me aflige, los piojos me comen. Dame la cuenta, que yo me largo”.
Hoy, prácticamente, la jerga LA PANTOJA se ha perdido en su uso, y solo es recuperada por el trabajo de los lingüistas para su estudio.
A medida que las obras del Monasterio iban finalizando, estos grandes maestros canteros de Trasmiera, regresaban a su comarca cántabra, llevándose con ellos el extraño sonido de sus palabras, que durante tantos años se escucharon por aquí, y dejando algunas semillas germinando, de su buen hacer con la piedra, dando lugar a esas familias de grandes maestros canteros gurriatos, que ha tenido y tiene este Real Sitio.
El duendecillo se despide hoy de sus lectores, en pantojero, con un “Sidas llunis”, de” Buenos días”, o un “Sidas retailas”, de” Buenas tardes”.