Un quiosco lleno de encanto
J. C. Sainz de los Terreros (Representante del Duendecillo Bolilla).- El relato de hoy del duendecillo, está dedicado a recordar a una gran mujer, llena de bondad, muy popular y querida por los gurriatos y veraneantes, relato que podría convertirse en un cuento infantil, para ser narrado a los “gurriatines” por padres y abuelos; el cuento de La Barquillera.
Érase una vez, un quiosco lleno de encanto en la calle de Floridablanca, arteria principal de este Real Sitio, en el que una gran mujer atendía a niños y menos niños, siempre con cariño y una sonrisa, hiciera frío o calor, lloviera o nevara. Era como otra abuela para todos.
Se llamaba Doña Crescencia María Rascón, más conocida como “La Barquillera”, que se convirtió en la “Reina de las Pipas”, que las vendía en unos perfectos cucuruchos hechos con papel de periódicos o de partituras musicales, y que al cabo del año, podía vender miles de ellos, especialmente en verano.
Nacida en 1882, falleció en 1978, a los 96 años, después de una vida intensa. Se casó en 1901 con tan solo 19 años, teniendo seis hijos, que según decía, “la colmaron de felicidad”, y que han formado una gran saga de gurriatos.
Había que sacar a la familia adelante, y con solo 23 años, “montó” su primer negocio, aunque sería mejor decir “colgó” su primer negocio, pues se compró una gran cesta de mimbre con lo que le pagaron por la venta de una vieja cama, más cuatro duros que le dieron en la finca “La Era”, y con ella en el brazo, se recorría el pueblo ofreciendo su variada mercancía, desde barquillos, chicles y caramelos surtidos, hasta cigarrillos para los mayores. Además, tenía dos importantes puntos de venta, uno en La Lonja del Monasterio, para surtir de las dulces provisiones a los alumnos del Colegio Alfonso XII, y otro, los domingos y festivos, en la puerta del salón de baile “El Mico”, situado en lo que hoy es la Parroquia, en donde hacía una gran venta, especialmente de cigarrillos.
El duendecillo disfrutaba mucho, desde su buhardilla del colegio, viendo las largas colas que se formaban ante Doña Crescencia, para realizar el avituallamiento infantil de dulces y caramelos de su cesta, donde llevaba su mercancía “directa al consumidor”.
Después de varios años vendiendo con su fiel compañera colgada del brazo, logró cumplir su gran deseo de poder tener un quiosco como punto de venta fijo, para ampliar su oferta y olvidar las pesadas caminatas por las calles y plazas del pueblo, y sobre todo bajo techo. Lo consiguió en la plaza del Coliseo, hoy de Jacinto Benavente, más conocida como de Los Jardincillos.
Por los años cuarenta del siglo pasado, debido a la remodelación de la plaza, ese quiosco fue suprimido para alegría de Doña Crescencia, pues a cambio, consiguió otro, mejor y más amplio, en la calle de Floridablanca, al que acudía a diario siendo ya octogenaria y que mantenía abierto los 365 días del año.
El duendecillo la recuerda muy bien, sentada en una mesa camilla, al calor del brasero en los fríos días del invierno, siempre acompañada de alguno de sus hijos y nietos, con su impoluto delantal blanco, su toquilla negra, peinada con un cuidado moño y con una sonrisa permanente con la atendía a sus clientes, abriendo una pequeña puerta de cristal, que hacía de parapeto del viento y del frío.
Su producto estrella eran las pipas. Habrá pocos gurriatos y veraneantes de aquellos años que no hayan “catado” esas pipas, grandes y saladas, que eran “sacrificadas” dentalmente, a miles, en los bancos de Floridablanca, en la plaza cercana, en el antiguo teatro Lope de Vega, hoy Real Coliseo de Carlos III, en La Lonja, o celebrando concursos de comerlas más rápido. Y como las buenas recetas, Doña Crescencia guardaba el secreto de donde las conseguía. En verano ampliaba la oferta de su quiosco con la venta de horchata, limonada, agua de cebada y helados, que fabricaba, de forma artesanal, su hijo Mariano.
Y cuando llegaba la Navidad, montaba otro negocio, vendiendo turrones, mantecados, polvorones y peladillas en el Mercado, con ayuda de toda la familia.
Mujer emprendedora, con ayuda de sus hijas, confeccionaba trajes serranos para la Romería a medida, e incluso ofrecía la posibilidad de alquilarlos. Gran devota de la Virgen de Gracia, nunca faltaba en la tradicional Subasta de Regalos su gran cucurucho de pipas, que alcanzaba pujas de hasta tres mil pesetas de aquella época, y siempre acompañado de su dedicatoria: “Virgen de Gracia, Virgen María, tu Barquillera nunca te olvida”.
Su vida estuvo llena de mucho trabajo, de momentos dífíciles, de grandes ilusiones y de muchas anécdotas entrañables. Siempre recordaba con gran emoción, el momento que vivió con el Rey Alfonso XIII. Ocurrió en el verano de 1915. Con ocasión de la celebración de los Juegos Florales en el Patio de Reyes, como colofón, se organizó una verbena en El Parque, a la que anunció su presencia el Monarca. El Alcalde, Don Félix Robles, le pidió, que dada su popularidad entre los vecinos y veraneantes, le obsequiara con algo, y ella que era una sencilla “caramelera”, llena de nervios, con admiración y respeto, se acercó a Su Majestad y le entregó una cajita de bombones, que le costó seis reales, recibiendo del Monarca, en agradecimiento, nada menos que un duro, lo que hizo saltar de alegría a la buena de Doña Crescencia.
Su humildad y modestia le llevaba a decir que “ella nunca fue una mujer guapa, más bien fea”, pero para todos los gurriatos y veraneantes sí fue una gran mujer, emprendedora, con visión de los negocios para que a su familia no les faltara de nada, que ofrecía simpatía, cariño y sonrisas a todo el mundo, y que siempre estará en la memoria de todos los que tuvieron la suerte de conocerla.
Y colorín colorado, el posible cuento de La Barquillera se ha acabado.
Una sugerencia final del duendecillo Bolilla: la posibilidad de recordar a la “reina de la bondad” de la ”simpatía” y de “las pipas”, con una pequeña placa colocada junto al quiosco de Floridablanca, donde tantos años “vivió” Doña Crescencia María Rascón, “LA BARQUILLERA”.