San Bernabé: cuatro siglos de espera
Jaime Guibelalde Recuero.- Hay quien se enamora de quien no debe. Actores, presidentes de países y de clubes de fútbol, dictadores, políticos y reyes han dejado atrapar sus corazones en las garras de quien no les convenía. El ser humano es así de complejo. Tanto, que puede tener algo que le resta, y quererlo a toda costa, o tener un tesoro en sus narices y no verlo.
Los españoles somos expertos, tal vez por exceso, de patrimonio histórico y artístico. San Bernabé es un ejemplo. No sólo por ser exponente del estilo Herreriano, regalo del Rey Felipe II al pueblo, sino porque en los personajes que allí descansan, se esconde una parte importante de la creación artística y artesanal del Monasterio, gran parte de la heroicidad de la historia de España, y del propio Escorial, siendo a demasiadas luces, desconocido e injustamente olvidado. Decía un periódico en el año 1953 de la iglesia de San Bernabé, “… a dos kilómetros escasos del Monasterio queda disminuido por su imponente vecino”.
Luca Cambiaso, Luqueto, autor de los frescos del presbiterio y del coro de la Real Basílica del Monasterio, le tiraba los tejos a su cuñada, una vez falleció su esposa (en la colección de libritos de Tesoros Artísticos en el Monasterio del Escorial, editada por Patrimonio Nacional, dicen que era su prima). En cualquier caso, prima o cuñada, a ella no le parecía mal… todo lo contrario que al Papa, que no le otorgó la dispensa para casarse. Luca murió el 5 de septiembre de 1585, con un buen berrinche y quedándose con las ganas.
“Y fue enterrado en la iglesia parroquial de San Bernabé, en la villa de El Escorial”, tal como señala el mismo librito, o cualquier referencia que busquemos. Luqueto murió en 1585 y la iglesia actual de San Bernabé fue inaugurada el 21 de noviembre de 1595, con su párroco, Juan Moreno, que fue quien “enlazó” la vieja iglesia y la nueva. El anterior templo fue calificado por el cronista del Monasterio, contemporáneo de Felipe II, y a la sazón Prior, Fray José de Sigüenza como “bárbara antigualla” (era una pequeña iglesia románica de tres naves, y cuyos vestigios aparecieron en las obras de San Bernabé entre los años 2008 y 2010).
Entendido que se trataba del mismo suelo donde se había enterrado el artista, 439 años después, el profesor D. Javier Barraca y un servidor, nos interesaríamos por la ubicación de sus restos.
D. Florentino de Andrés, el párroco de la iglesia, nos trasladó que no había archivos porque fueron quemados en la Guerra Civil, pero que como muchos otros, el enterramiento de Cambiaso era más que probable, hay muchas referencias; sin embargo señaló de inmediato el lugar exacto dónde estaba enterrado otro personaje relevante, Miguel de Antona, Velasquillo, buen amigo de Felipe II, Bufón de corte, además de un tipo inteligente y brillante. Éste tuvo más suerte que Cambiaso, y se casó felizmente con su querida Juanota. Se trata de los pocos personajes de la época representados en pinturas del Monasterio, en este caso en los frescos de la escalera principal, por Lucas Jordan, casi cien años después. En eso coincide con Cambiaso, que se autorrepresentó detrás, nada menos, que de Fray Antonio de Villacastín, obrero mayor del Monasterio (aparejador), en los frescos de la bóveda del coro de la basílica. Esas representaciones son excepciones, ya que Felipe II no veía con buenos ojos eso de que aparecieran personajes que no fueran del ámbito histórico, mitológico o religioso.
Lo que quedó claro, es que estos personajes, y con muchísima probabilidad, muchos otros artistas, y artesanos de diferentes oficios fueron enterrados allí. En las obras de reconstrucción se movieron una cantidad importante de huesos, algunos identificados, otros no, a un osario que reposa en el muro lateral izquierdo de la capilla de Nuestra Señora de la Herrería, y en cuya fachada exterior está señalado con una cruz de hierro.
Ninguno de ellos, llegó a saber nunca todo el sufrimiento que pudo contemplar, con el paso de los años San Bernabé, que no escapó al hatajo de bestias que componían el ejército ilustrado de Napoleón, asesinando al sacristán de entonces, Fernando Álvarez, para expoliar y robar de manera sistematizada. O lo que supuso la barbarie de la guerra civil en la que se fundieron las campanas para hacer metralla y se prendió fuego al templo después de la ejecución de los sacerdotes con su párroco, Víctor Navalpotro, al frente. El retablo fue acribillado y el archivo quemado.
Tampoco llegarían a saber que, años después, el empresario de El Escorial, D. Matías López (fundador de la fábrica de chocolates de su mismo nombre) regaló en 1941 la campana bautizada como San Matías, o que en 1958 se colocó la segunda, dedicada a San Bernabé Apóstol, en base a los esfuerzos de los vecinos. Las otras dos campanas, del año 2003 se llaman “Nuestra Señora de la Herrería” y “San Antonio”. Probablemente, a todos ellos les habría parecido muy bien, y estarían orgullosos, como todo el Conjunto del Real Sitio y la Leal Villa.
Hoy San Bernabé es un lugar protegido, que no brilla como corresponde al lugar de descanso y reposo eterno de personajes históricos de la magnitud de los citados, además de todos los artistas y artesanos que allí descansan. Merece estar al mismo nivel que cualquiera de los monumentos que son parte de la historia del Monasterio y, por tanto, la Leal Villa y del Real Sitio.
Que cualquier visitante pueda leer en una placa-homenaje a todos los que allí descansan, y entender que la parroquia que hoy pasa desapercibida, es una parte fundamental de la historia del Monasterio y de España, parece un acto de justicia.