Padre Prometeo Cerezo
José Antonio Perea Unceta.- Prometeo Cerezo de Diego (Almazán, 1938 – Madrid, 2024), sacerdote de la Orden de San Agustín y profesor de Derecho Internacional Público falleció el pasado 11 de diciembre. Cuando me encargó la dirección de Crónica de Abantos que hiciese un obituario decidí dar la noticia de su fallecimiento, pero sin renunciar a señalar la trascendencia de este agustino en quien escribe estas líneas, por amistad y por gratitud con sinceridad.
Prometeo era Licenciado y Doctor en Ciencias Políticas, también Licenciado en Derecho y Profesor Titular de Derecho Internacional Público en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, donde ejerció la docencia desde 1970 hasta su jubilación en 2008, y en el RCU María Cristina, donde además ejerció como Decano de Derecho entre 1986 y 2006. En su trayectoria académica también hay que señalar su gestión del del Instituto Hispano-Luso-Americano de Derecho Internacional (1989-2017), que le llevó a organizar una docena de congresos en Filipinas, la Hispanoamérica, Portugal y España, donde hizo grandes amistades y tuvo importantes reconocimientos en el mundo académico (como la Orden de Andrés Bello de Venezuela o la Orden de Rizal de Filipinas). Fue miembro de academias americanas y vicepresidente de la International Law Asociation (sección española). También tuvo una importante vida social en su tierra alcarreña y en San Lorenzo de El Escorial, siendo consiliario in itinere de la Hermandad de San Sebastián y Medalla de Plata de este Ayuntamiento. Sin duda será recordado por haber sido profesor de numerosos hijos de esta comarca.
Pero más allá de su perfil público había una persona muy particular, que -como todos- tenía sus luces y sus sombras. Como amigo suyo desde hace treinta y siete años que me propuso acompañarle en su profesión académica después de haber sido alumno suyo, soy plenamente consciente de todos esos aspectos de su personalidad. Y no los niego, sino que los reivindico como parte de él y me los guardo, como él guardó los míos, que es lo que tienen los amigos. Porque recuerdo más a la persona que al personaje escribiendo estas líneas rememoro cuando me hizo la foto firmando mi primer contrato de profesor o las miles de horas de viajes en coche a la Facultad, hablando de las clases, de los estudiantes y de los compañeros, corrigiendo exámenes, tomando café, comiendo o paseando por La Herrería; también presidiendo el banquete de mi boda o bautizando a mis hijos; y cómo no, en múltiples reuniones y comidas con el Grupo Escurialense, en el que militamos sus antiguos alumnos a los que nos inculcó la pasión por la docencia universitaria, como a Eugenio, Rubén, María José, Paula y Myriam. Ahora está, por fin, perfecto en el regazo del Padre y también en nuestro recuerdo.