Las ventanas de San Lorenzo el Real
MARISOL PEREA UNCETA.- Cuando un arquitecto sueña un edificio, se imagina espacios para habitar. Se imagina volúmenes construidos de un material determinado. Se imagina una orientación intencional y, de alguna manera, se imagina aberturas que permitan iluminar el interior, relacionarse con el entorno y ventilar los distintos ambientes, se imagina ventanas.
Las ventanas permiten que entre el aire y podamos tener un interior saludable y libre de humedades; permiten tener una iluminación adecuada al clima y, si están bien diseñadas, ayudan a caldear el ambiente en los meses fríos y a refrescarlo en los cálidos; y, por último, permiten que me relacione o conecte con el entorno, corredores, claustros, jardines, vistas o paisaje.
Las primeras ventanas, según consenso académico, aparecieron en la antigua Mesopotamia y a lo largo de la Historia de la Arquitectura fueron variando en su forma, función y composición. En los templos de la Antigua Grecia y Roma los peristilos llenos de columnas impedían entrar la potente luz mediterránea generando una penumbra interior, sin embargo, un hueco en la cubierta iluminaba directamente la escultura de su divinidad (en el Panteón de Agripa la iluminación era solo cenital, superior). Este sistema propiciaba el ambiente adecuado para un templo de religión mistérica, como eran la griega y la romana.
En la Edad Media, empieza a haber vanos en las paredes de los templos: pequeños en el Prerrománico, un poco más grandes en el Románico y amplios y altos en el Gótico. La luz y su estética van a hablar de la relación del hombre con Dios, al principio el pesimismo del hombre de la Alta Edad Media le hace buscar lo oscuro y pequeño, poco a poco el optimismo antropológico irá dando fuerza al hombre que busca espacios más grandes y luminosos donde encontrarse con ese Dios revelado, que le ha dado la oportunidad de salvarse.
En la Edad Moderna vamos a tener dos tipos de luz, y por lo tanto de vanos: en el Renacimiento una luz sosegada y cenital (superior, bóvedas o linternas) o grandes vanos rítmicos y ordenados; en el Barroco, claroscuros que generan un espacio teatral y sobrecogedor con el que impresionar al que lo habita.
El Monasterio de San Lorenzo el Real, según contó Salcedo de la Heras en 1867, tiene 2618 ventanas de tipologías bien diferentes: grandes ventanales de los claustros, ventanas rectangulares de las fachadas exteriores, ventanas abuhardilladas, ventanas termales de tres partes juntas, de tres partes separadas, tragaluces, óculos o miradores. Muchas de estas ventanas llevan puertas de cuarterones para proteger sus vidrios y toda la carpintería está pintada de verde seco. Como dato anecdótico el fenestraje (conjunto de fenestras, ventanas) más antiguo conservado es de la época de Carlos II, 1671.
Hoy me gustaría hablar de dos tipos de vanos que reflejan la idea de modernidad en el Monasterio: el del frontón en arco y el vano termal. Los dos toman gran protagonismo en la basílica, tienen su origen en la Antigua Roma y llegaron al manierismo de la mano de arquitectos italianos: Alberti y Palladio.
1. Frontón doble (o de doble vuelta) quebrado en la parte inferior por un arco con vano: El frontón, al estilo de los templos de la Antigua Roma, lleva una doble vuelta, es decir, doble moldura recorriendo todo el triángulo isósceles que genera el encuentro con la cubierta a dos aguas del templo. Está quebrado en la parte inferior por un arco que remata un vano en el eje de simetría de la fachada principal de la basílica, encima de los reyes del patio. Este tipo de frontón es rescatado en el Renacimiento por Alberti en un inicio, y más tarde Palladio lo modificó de manera similar al que tenemos en El Escorial. Este elemento de la Antigüedad, según el Padre Sigüenza, simboliza la intervención divina a través de la luz en el templo.
2. Vano termal: Llamado así por su origen en las termas de la Antigua Roma posteriores a Trajano. Este elemento fue sacado del olvido por Palladio que ya en 1541 lo utilizaba en sus villas, más adelante lo utilizó en las fachadas de algunas de sus iglesias. Este tipo de vano es semicircular y está partido en tres luces. En la basílica hay diez grandes lunetos que le dan a la sección la firma palladiana en España.