La Casa Miñana
Amparo Ruiz Palazuelos.- Dentro del casco urbano de El Escorial hay un barrio historicista-neomudéjar, lleno de vida y encabezado por la Casa Miñana -actual Sala de Exposiciones Castilla-, en el que se puede captar el pulso de lo cotidiano, pues muchas de sus casas están habitadas todo el año y algunas de ellas tienen sus negocios en la planta baja. Lo mejor para conocerlo es pasear por él con calma e ir descubriendo la expansión que ha ido experimentando con el tiempo y su abundante vegetación.
En el siglo XIX y a comienzos del XX, debido al surgimiento de los nacionalismos, las naciones europeas intentaban recuperar la arquitectura de tiempos pasados con el fin de encontrar su propia identidad. Surgía así el historicismo: integrar en los nuevos edificios el estilo arquitectónico de épocas anteriores, pero con la ciencia y técnica del momento en que se llevaban a cabo, debido a lo cual aparecieron muchas corrientes historicistas con el prefijo neo (nuevo): estilo neorrománico, neobarroco, neobizantino…, aunque los que más auge alcanzaron fueron el neogótico (en la Inglaterra victoriana), el neoclásico (en la Francia del segundo imperio) y el neomudéjar (en España).
El primero en utilizar el término estilo mudéjar fue el historiador y crítico de arte José Amador Ríos en 1859, afirmando que era el tipo de construcción más genuinamente español, ya que no pertenecía -en sentido estricto- ni al arte cristiano occidental (románico, gótico y renacentista), ni al arte musulmán, sino que era una mixtura entre ambos que había hecho surgir un fenómeno singular en la historia del arte y que sólo existía en la Península Ibérica. Sin embargo, su origen mestizo y sus diversas variantes regionales, unido a una larguísima evolución en el tiempo (del siglo XII al XVII), hicieron que dicho concepto fuera muy controvertido y objeto de toda clase de valoraciones e interpretaciones.
En España, como en el resto de Europa, el eclecticismo (mezcla de estilos para dar forma a algo nuevo) y los historicismos marcaban la pauta, pero el que mejor se identificó con el alma hispánica fue sin duda el estilo neomudéjar, debido a lo cual se construyeron edificios de lo más diverso (oficiales, estaciones de tren, fábricas, iglesias, conventos, plazas de toros, mataderos, colegios, viviendas particulares, palacetes…), pero todos ellos basados en dos principios inmutables: el uso intensivo del ladrillo (tanto en la función constructiva como en la ornamental) y la aparición de ritmos compositivos y series ornamentales, cuyo origen se hallaba en el arte hispano-musulmán. En la Exposición Universal de Viena de 1873 y en la de París de 1879, los pabellones españoles eran neomudéjares.
Y fue en este ambiente arquitectónico, en el que la obra del prestigioso arquitecto don Valentín Roca y Carbonell (1863-1937) estaba floreciendo, cuando don Joaquín Miñana Fuster le encargó un hotelito de la Sierra en El Escorial. El inmueble sería construido en una parcela unifamiliar de grandes dimensiones, situada en la intersección de la calle Brunete con la calle de las Eras de Prado Tornero. Roca, obtenidas las licencias por parte de las autoridades municipales escurialenses, levantó en 1905 una casa de estilo neomudéjar de planta rectangular (con sótano, principal y primero) y rodeado de un espléndido jardín: La Casa Miñana. Ese mismo año trabajó con el Patrimonio Histórico y Cultural de Madrid realizando la primera ampliación del Palacio del Marqués de Salamanca, de estilo neoclásico, en el Paseo de Recoletos y llevó a cabo varias obras modernistas.
Si vamos a Madrid, en el corazón del Barrio de los Austrias, junto a la plaza y cava de San Miguel, podremos contemplar la Manzana Roca, la mayor concentración de construcciones modernistas en sucesión de toda la ciudad, con un total de seis conservadas, cinco de las cuales fueron proyectadas y construidas por Roca (entre 1905-1911), por encargo y bajo el mecenazgo de la duquesa de Fernán-Núñez, como viviendas en alquiler.
También en el barrio de La Guindalera (el extrarradio del Madrid de entonces) se conservan actualmente, tras la Plaza de Toros de las Ventas, doce de las cien casas que se proyectaron para el llamado Madrid Moderno, colonia de casas unifamiliares más amplias y a precios más económicos, que serían construidas en tres fases entre 1890 y 1906. En la primera fase, viviendas de estilo neomudéjar en hileras, con remates de torreones en las esquinas y fachadas de ladrillo bicolor (Julián Marín); en la segunda, casas de estilo británico y en la tercera (1905), en la que intervino Roca, su característico balcón de madera, prolongado por la parte de arriba de la entrada sobre unas finas columnas de hierro que lo sustentaban. A pesar de las buenas intenciones hubo críticas feroces, entre ellas la de Azorín: “Todo chillón, pequeño, presuntuoso, procaz, frágil, de un mal gusto agresivo, de una vanidad cacareante, propia de un pueblo de tenderos y burócratas”.
Fernando Chueca Goitia (1911-2004), brillante historiador de la arquitectura y sensible humanista (con una obra sólida, rigurosa, necesaria y oportuna) se reveló como un espectador crítico y activo frente a la destrucción del patrimonio español en los años 60, alertando a la sociedad civil – a través de una activa labor de difusión – que había que frenar los procesos destructivos. Siguiendo la línea de Víctor Hugo, William Morris y John Ruskin (siglo XIX), intentó elevar la educación estética de la ciudadanía, proteger los paisajes naturales, profundizar en la arquitectura vernácula (propia del lugar), dar importancia al valor ambiental y defender las ciudades históricas.
Chueca relacionaba experiencias personales con conocimientos históricos. Su saber estaba penetrado de vida y aligerado por el contacto directo con la realidad. Se consideraba a sí mismo un flâneur, un caminante que paseaba por la ciudad moderna intercambiando sus impresiones con el lector y con otros escritores que habían escrito sobre ella. Intentaba lograr que el valor histórico, entendido como un conjunto patrimonial, afectara a las nuevas políticas de intervención en las ciudades históricas y señalaba la desconexión que había entre éstas y las funcionalistas (contemporáneas) surgidas de un proyecto racionalista y cada vez más estridentes y vulgares.
Contrario a quienes entendían la historia como una mera acumulación de datos y a los que intentaban vivir del pasado, en su talante se percibía la influencia de su gran maestro Leopoldo Torres Balbás (crear, no copiar), de Ortega (búsqueda del alma española) y de Unamuno (la intrahistoria continua y silenciosa más importante que lo superficial). En 1971 escribió un libro titulado “El neomudéjar: última víctima de la piqueta madrileña” y estoy convencida de que – viendo la Casa Miñana y su barrio – estaría satisfecho al comprobar cómo siguen en perfecto estado en el siglo XXI, gracias a que en 1999 el Ayuntamiento de El Escorial adquirió, puso a punto y conservó este inmueble histórico convirtiéndolo en un bien de utilidad pública.