Iñaki y Liz
Fernando Del Campo Fernandez-Shaw.- Hacía tiempo que tenía ganas de hablar de ello… y no va a ser un texto muy “comercial”, ya lo adelanto; estas palabras van a estar llenas de incomprensión, de inmovilismo, de falta de educación, de egoísmo… pero para todas ellas siempre habrá quien tenga grandes dosis de comprensión, de cambio, de respeto y de generosidad. Ahhh… y de amor.
Porque esto de hoy va de una historia de amor. Una historia representativa de lo que debería ser la sociedad actual, una historia pequeñita, diminuta, como una isla en medio de un mar de crispación, con un oleaje de intereses y torrentes de reproches…
Y es que vengo observando a Iñaki y a Liz desde hace tiempo, cuando voy a El Escorial, con cierta frecuencia, por una u otra razón… Supe sus nombres hace poco, pero reconozco haberme quedado fascinado mirándolos, desde mi anonimato y el suyo, como si no pasara el tiempo…; y cada vez que me detenía a observarles, mi emoción subía y subía, y pensaba lo maravilloso que puede ser este mundo cuando tienes a tu lado lo que más quieres… porque, realmente, no hace falta mucho más, sólo tenerse el uno al otro…
Me impresionó la primera vez ver al “tiarrón” de Iñaki junto a Liz, ella tumbada en el suelo, en la fría acera de la esquina de la calle San Sebastián con la calle Sebastián de Santoyo. Y es que Liz es una mastina de León, sí, una perra ya mayor, enorme y preciosa… con una mirada llena de ternura y bondad ¿E Iñaki? Su dueño. Una persona absolutamente encantadora, afable, educada, respetuosa y… que ama a los perros. Porque esto no va de amores y odios perrunos o gatunos, esto va de amor, de respeto, de educación y de cambio.
Iñaki sale con su perra Liz bien pertrechado con su correa, sus bolsas para las cacas, su botellita de agua… y su silla plegable, para sentarse junto a su amada mientras ella se tumba en la acera a esperar recuperarse del esfuerzo del paseo, a esperar la caricia diaria de su amo, la palabra de cariño de ese momento del día, en medio de un entorno si no hostil, sí indiferente, gris y ruidoso. Pero les da igual: están juntos, no molestan a nadie, no ensucian nada… salvo a aquellos a los que les molesta eso mismo, que estén ahí, la perra y el dueño, mascullando sin disimulo alguno lindezas como “…así nos va…”, “…mira qué vergüenza…”, “…lo que me faltaba por ver…”. Y esto es lo que no puede ser, o lo que no debería ser.
Todos los que somos “Iñaki” entendemos (unos en mayor medida que otros) esta historia y hemos pensado en nuestro “Alex” o “Sebas” (nuestros pastores alemanes) inmediatamente…; pero es que los que compartimos nuestra vida con ellos (no me convence el término “mascota”, lo siento), somos (o deberíamos ser) los primeros en (re)conocer los derechos de unos y de otros, y no me refiero a la dupla ser humano – animal, sino a los que aman a los animales y los que, simplemente, no les gustan o, peor aún, llegan a odiarlos.
Y es en este punto donde vuelve a aparecer el tema de la educación y el respeto.
Respeto para Iñaki y Liz, para los que comparten su vida, su entorno, su calle, su barrio, su pueblo, con un perro… y respeto de éstos para quienes no les gusten los perros. Hasta ahí, bien. Pero la sociedad se mueve, avanza, cambia… nuestros perros cada vez nos acompañan a más sitios públicos, le pese a quien le pese… es una costumbre que poco a poco se convertirá en norma. Eso sí, con sus limitaciones y prohibiciones, faltaría más. Sé de lo que hablo, pues padezco en el entorno de mi negocio el inmovilismo y la incomprensión de unas normas obsoletas y antiguas que han logrado que Iñaki y Liz no vengan a descansar tras un paseo, o que mi clienta Pilar (y muchos otros clientes) deje de tomarse el vinito porque su única familia es su perrita border collie y ya no se le permite entrar con ella… ¿Enfadado? No… Simplemente triste y decepcionado; no se lo merecen.
Iñaki y Liz son la representación más bonita de lo que la sociedad tiene que ir asumiendo con naturalidad; los que convivimos con un perro somos los que mejor sabemos si podemos, cuando podemos o donde podemos ir acompañados de ellos… Pero siempre habrá “animales” que no recojan las cacas de sus perros, que se enfaden cuando se lo recriminas, que no invierten tiempo (y dinero) en su educación, que invadan la intimidad del prójimo con su perro… Imbéciles hay por todas partes, pero se van quedando solos.
Nuestro Ayuntamiento, hace relativamente poco, se sumó a la iniciativa de promover locales y lugares “pet friendly”… Enhorabuena. ¡Qué suerte los empresarios que se hayan podido adherir y los que puedan disfrutar de esos lugares tan comprensivos y generosos!
En estos tiempos que corren, la lealtad y la fidelidad son valores en desuso… Pero en este caso, es justo lo contrario. Sé que no podemos (ni debemos) humanizar a un animal, pero hace mucho tiempo leí una frase que me impactó: “Los perros son sólo una parte de nuestra vida, pero para ellos, nosotros somos toda su vida”.
Podría ser una aventura apasionante emular a Iñaki y Liz. Muchos no lo veremos, pero merecerá la pena.