Emociones: la tristeza
Irene, Alba, Isabel L. y Luis Perea.- La tristeza se considera una emoción negativa caracterizada por un estado de ánimo decaído, una reducción significativa de la actividad conductual y cognitiva y una experiencia subjetiva de abatimiento, congoja y pena.
Se trata de un estado afectivo normal que solo puede considerarse enfermedad (patológico), hablando entonces de depresión, cuando deja de ser adaptativa y se asocia a sufrimiento, incapacidad laboral o social y/o síntomas severos como ideas recurrentes de muerte o suicidio. Pueden aparecer síntomas como disminución del placer, aumento o disminución del apetito, insomnio o hipersomnia, sentimientos de culpa o inutilidad, agitación o enlentecimiento, fatiga o problemas de concentración.
Históricamente nos podemos remontar a la escuela de Hipócrates donde empleaban el término “melancolía” y la atribuían a problemas en la secreción de la bilis negra (“melaina chole”). Actualmente, tratamos de explicarla aludiendo a neurotransmisores, hormonas y activación o inhibición de estructuras cerebrales.
La expresión facial de la tristeza, como ya expuso Darwin, es universal y común a todas las culturas, destacando el desplazamiento de las comisuras de los labios hacia abajo y la elevación de la parte interior de las cejas.
La causa de la tristeza suele ser una situación que conlleve la vivencia de pérdida de algo valioso para la persona o bien la aparición de una situación con connotaciones marcadamente aversivas o desagradables. Pero esta percepción de decepción o desagrado debe llevar aparejado el convencimiento de no poder hacer nada para superar la situación, en caso contrario la emoción predominante sería la ira o la rabia.
No todas las personas tienen la misma inclinación hacia la tristeza. Aquellos con personalidades más definidas por rasgos de introversión y neuroticismo (con un marcado componente genético) o con estilos explicativos pesimistas se encontraría con más frecuencia con sentimientos tristes. Por supuesto también factores educacionales, vivenciales (traumas incluidos) y sociales explicarían mayor predisposición hacia la melancolía. Sapolsky en su libro “Compórtate” o Bruce Perry en “El chico a quien criaron como perro” exponen las consecuencias que tiene para el adulto las adversidades sufridas durante la infancia y sus mediadores biológicos.
También ha sido utilizado el concepto de esquema cognitivo. A través de él, Beck nos explica que se puede distorsionar la percepción de la realidad y cometer errores en los procesos de compresión y razonamiento que llevan a construir una imagen negativa de uno mismo, del mundo y de nuestro futuro.
Otro autor, Seligman, propone que si un individuo llega al convencimiento de que sus actos voluntarios no influyen de ninguna manera en los resultados esperados desarrollará un estado psicológico conocido como “indefensión aprendida” caracterizado por apatía y tristeza extrema.
Una de las preguntas más interesantes que puede hacerse la psicología actual es para qué sirve la tristeza, dada la tendencia a considerarla algo negativo que hay que evitar. Nada bueno parece esperarse de una emoción que provoca sufrimiento y pena.
La película “Inside out” nos ilustra una respuesta interesante: la tristeza tiene una función protectora. En efecto, la tristeza disminuye el nivel funcional de las personas, obliga a economizar recursos, impide el procesamiento de estímulos desagradables y favorece la introspección y la reflexión. También podríamos considerar que favorece la búsqueda de ayuda y apoyo social.
La tristeza también nos ayuda a saber qué cosas son importantes para nosotros, nos ayuda a valorar las cosas que nos rodean sintiendo dolor cuando las perdemos.
En la película mencionada entendemos que todas las emociones son importantes: el personaje “alegría” trata de que “tristeza” no toque nada ni contagie a los demás su sentimiento negativo para comprobar finalmente que funcionan mejor juntas cuando se complementan y saben lo que pueden aportar cada una. Las emociones, incluida la tristeza tiene un papel fundamental en el razonamiento, la planificación de la conducta y la toma de decisiones. Antonio Damasio en “El error de Descartes” nos explica este vínculo funcional entre razón y emoción que ha sido negado y opuesto clásicamente.
También podríamos mencionar a Salovey, Mayer y Goleman y su potente concepto de “inteligencia emocional” que resalta la importancia del uso y gestión del mundo emocional y social para alcanzar un mayor bienestar personal a través del desarrollo de habilidades como la percepción, la facilitación, la compresión y la regulación emocional.
José Antonio Marina, en “El laberinto emocional”, expone que “los sentimientos son el balance consciente de nuestra situación. Son una amalgama subjetiva y objetiva, un resumen de urgencia, un lenguaje cifrado que hay que aprender a descifrar”.
No todo es desagradable en el sentimiento negativo que es la tristeza.
Si crees que tu nivel de tristeza no es normal no dudes en acudir a un profesional de la psicología. Mucho ánimo. l