Emociones: el asco
Irene, Alba, Isabel L, Miriam F. y Luis Perea.- El asco es una emoción compleja. Ekman la consideró una emoción básica, elemental o primaria junto a la ira, la alegría, la tristeza, la sorpresa y el miedo (luego añadió el desprecio). Este tipo de emociones están directamente relacionadas con la adaptación biológica y la evolución, teniendo un sustrato neurofisiológico universal e innato.
Siguiendo a la profesora Martín Díaz, implica una respuesta de rechazo ante algo fuertemente desagradable o repugnante. Ese algo puede ser alimentos (como comida putrefacta), secreciones corporales (heces, flemas, etc.), animales (cucarachas, gusanos, etc.), contacto con partes del cuerpo (vísceras, heridas, etc.) y falta de higiene corporal. La reacción de asco no se basa primariamente en el sabor, sino más bien en el conocimiento sobre la naturaleza y origen de un alimento potencial; las cosas que saben mal no poseen necesariamente la propiedad de ser contaminantes.
La función del asco está muy relacionada con la seguridad, se desarrolla aversión evolutivamente hacia alimentos o condiciones ambientales que puedan suponer un peligro para nuestra salud. Se moviliza la energía para rechazar la condición dañina y dirige la conducta al alejamiento del estímulo desencadenante.
La experiencia subjetiva del asco es la repulsión, que puede ir acompañada de sensaciones de náuseas o vómitos y, en ocasiones, por un sentido de “ofensa”. La respuesta fisiológica está controlada por estructuras cerebrales como el córtex insular y la amígdala siendo muy relevante el sistema autónomo con los sentidos del gusto y el olfato.
Dentro de la expresión corporal el componente facial ha sido el más estudiado. Darwin, en “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, refiere: “la boca se abre mucho, con el labio superior muy retraído, con arrugas a los lados de la nariz y con el labio inferior echado hacia afuera y todo lo vuelto posible”. También se observa descenso y unión de las cejas, nariz fruncida, elevación de las mejillas y reducción acentuada de la apertura de los párpados.
En cuanto a la adquisición de dicha emoción en la infancia, todavía no se ha llegado a una respuesta unánime, lo que sí se sabe es que el aprendizaje es un componente esencial para que se desarrolle. La sociedad tiene un papel fundamental en la aparición del asco, influyendo sobre qué objetos nos causarán asco.
Una sensibilidad muy elevada (patológica) al asco se ha relacionado con trastornos de la conducta alimentaria, a fobias específicas (como a animales repulsivos, sangre-inyecciones-daño) e incluso a síntomas obsesivo-compulsivos y fobia social. Cuando las reacciones de desagrado son excesivas, producen un malestar significativo y alteran el funcionamiento diario estaríamos ante casos de asco patológico (asco como enfermedad).
Frazer identifica dos expansiones del asco más allá de la concepción clásica. La primera es la “contaminación interpersonal” por contacto con personas indeseables. La segunda es el “dominio moral” de asco desencadenado por conductas o acciones consideradas asquerosas de manera que una persona puede llegar a sentir asco hacia un comportamiento o una práctica considerada inmoral. Por lo que no está únicamente relacionado con evitar una enfermedad, sino con las normas sociales y culturales. Estos conceptos han sido ampliamente estudiados por los psicólogos sociales.
Paul Bloom, en “Contra la empatía”, nos relata un episodio muy extremo ocurrido en una playa de Dubai de un padre con su esposa e hijos: “su hija mayor de 20 años comenzó a ahogarse y a gritar ayuda. El padre fue lo suficientemente fuerte para evitar que dos salvavidas la rescataran. De acuerdo con un oficial de policía, él les dijo que prefería que su hija muriera a que le tocara un extraño.”
Esta relación entre la contaminación y la moral, nos explica Jonathan Haidt en “La mente de los justos”, se ha demostrado en que los sujetos a quienes se le pide lavarse las manos con jabón antes de completar cuestionarios se vuelven más moralistas sobre cuestiones relacionadas con la pureza moral (como la pornografía y el consumo de drogas). Concluye “una vez que estás limpio, quieres mantenerte lejos de cosas sucias”. También funciona en sentido inverso: las personas a las que se les pide que recuerden sus propias transgresiones morales, o que simplemente transcriben la narración de la transgresión moral de otra persona, piensan más en la limpieza y desean asearse con urgencia. Lady Macbeth y Poncio Pilatos no son los únicos que intentan absolver sus pecados lavándose las manos.
Sapolsky, en “Compórtate”, argumenta que el asco es un mecanismo implicado en la xenofobia, en la diferenciación Nosotros-Ellos: que Ellos te pueden hacer sentir repugnancia por comer cosas repulsivas, adorables o sagradas, por untarse con aromas rancios o vestirse de forma escandalosa permite asociar que Ellos también tienen ideas o conductas repugnantes. Primero nos repugna como huelen los Otros para acabar sentirse asqueados por cómo piensan los Otros. En los dos casos se activa la misma zona cerebral, la ínsula, lo que refuerza el vínculo entre repugnancia visceral y moral. Paul Rozin afirmaba que “la repugnancia sirve como marcador étnico de reconocimiento de un grupo externo”.
El asco puede ser utilizado como mecanismo de control social. Puede activarse intencionadamente esta reacción aversiva de “contagio interpersonal” con el objetivo de provocar el rechazo social a sujetos en relación a su apariencia física, etnia, origen, enfermedad, etc.
Si crees que necesitas ayuda por sufrir malestar psicológico significativo no dudes en consultar con un profesional de la psicología. Mucho ánimo.