El señor o el abuelo Ceferino

Ceferino con su mujer, sus hijas Maria y Julia y sus hijos Luis, Mariano y Miguel.
Alberto y Carmen Sastre (Nietos).- Don Ceferino Sastre Pascual, nuestro abuelo paterno, fue un personaje singular y muy conocido en el pueblo en el pasado siglo hasta su fallecimiento. el 11 de febrero de 1987, tras 97 años de vida.
Aunque su labor principal fue la fabricación y arreglo de zapatos y botas, en realidad fue un hombre polifacético, siendo incluso clarinetista -arte que dejó para dedicarse a labores más acordes con los tiempos, según él mismo me contó-.
De convicciones profundamente religiosas, fue un miembro activo de Acción Católica, presente siempre en las procesiones del pueblo y miembro de la Hermandad del Santo Cristo.
También, fue concejal en el Ayuntamiento en 1932, hecho que casi le cuesta la vida al comienzo de la Guerra Civil. Asimismo, fue maestro en las Escuelas Católicas situadas en la calle Duque De Medinaceli, número 3.
Colaboró, junto a su amigo Alfredo Del Moral y con el padre Gerardo Gil en la creación de la cooperativa de las Casas Baratas, de las cuales compró una en el Paseo Miguel de Unamuno 7, que convirtió en entrañable hogar con un atrayente jardín con muchos pinos y plantas, incluso un manantial.
Ceferino nació en San Lorenzo el 26 de agosto de 1890. Se casó en 1912 con mi abuela, Bárbara Nicolasa, y tuvieron 7 hijos: Jesús (mi padre), Luis (el padre de Carmen), María (fallecida hace tres semanas con 105 años), Julia, Mariano (fallecido con 18 años por enfermedad), Miguel y Pilar. De todos ellos nacieron 19 nietos y muchos biznietos, algunos de los cuales llegó a conocer.
En aquellos años difíciles de principios del siglo XX compró un local comercial a D. Luis López Ortiz, magistrado del Supremo, con salidas a la calle Del Rey 16 y a la calle Reina Victoria 2 -enfrente de los Soportales-.
En un principio, este local fue destinado al arreglo y fabricación de calzado para, posteriormente, convertirse en una zapatería. En ella trabajaban, además de él mismo, sus hijos Luis y Miguel, excelentes profesionales y un hombre llamado Marcelino.
Ceferino hizo de su trabajo una de las zapaterías más prestigiosas del pueblo. Hacía botas y zapatos a medida para los ganaderos de la zona contando con clientes como Amelia Pérez Tabernero, los hermanos Arribas, los hermanos López Diéguez y otros muchos. Era también el zapatero oficial de los Padres Agustinos.
Fue un hombre peculiar donde los haya, buena persona, católico, conservador a ultranza, austero, trabajador, metódico, honrado, excelente emprendedor y serio -extraordinariamente serio-, faceta que hacía que sus muchas virtudes no se vieran fácilmente.
La imagen que inicialmente teníamos de él era la de un abuelo con bastante mal genio, que nos regañaba cuándo jugábamos en su jardín, que cuidaba con excelente mimo. Desgraciadamente cuándo le conocí de verdad ya era demasiado mayor.
Un día, estando yo estudiando guitarra en su casa -mis padres y yo veraneábamos en su casa en esos años- cuando, de repente, vi que me estaba sonriendo, cosa que no hacía casi nunca. Me contó que él también había sido músico, tocando el clarinete, y me regaló una foto de él mismo con el instrumento.
Recuerdo que mis padres decían de él que iba adelantado al resto del mundo en dos horas. Cuando tú subías a verle a su casa, él bajaba, cuando tu bajabas, el subía. Comía a la una, cenaba a las 7. Para verle tenías que adaptarte a su horario. Su vida era sencilla, comenzando con la asistencia a misa a las 8 de la mañana y luego a trabajar con sus hijos.
Hizo también amigos en Madrid, en la calle de La Espada, donde compraba las badanas de piel para hacer los zapatos. Allí conoció al que fue posteriormente más famoso zapatero de España, Lorenzo Márquez, creador de los famosos zapatos Castellanos. Cuando venía a comprar piel, ya siendo mayor, le acompañábamos alguno de nosotros para evitar que le pillara ningún coche: ¡Ya pararán!, decía. Cuando venía a Madrid era obligada la visita, con mi padre, a un típico bar de Chamberí llamado El Majuelo.
Podríamos contar muchas más anécdotas suyas, excursiones que organizaba con su familia, sus amigos, etc. pero resultaría un artículo más largo de lo que se me pidió. Basta concluir que fue, a pesar de su seriedad, un personaje altamente valorado en el pueblo; hoy se diría “emprendedor”, más cariñoso de lo que parecía, menos gruñón de lo que se pensaba y del que, todavía hoy, mucha gente se acuerda gratamente: El Señor Ceferino.