El paraíso del bibliófilo
Camino García Balboa.- Cuando entré aquel día, uno de tantos, la campanilla alegre y tintineante de la puerta me recibió juguetona y cantarina; es el primer saludo sonoro que acompañando el recibimiento nos da paso a la música clásica que sume y envuelve el ambiente en una atmósfera de placidez y sosiego contagiosos.
De otras veces, de muchas visitas, yo sabía ya cuál es la distribución de espacios en el interior, y que es en el fondo, a la derecha, donde normalmente espero mi turno. Este detenimiento, esta retención, nunca resulta tedioso, pues al susurro musical sin estridencias se suma el ritmo de los relojes antiguos y especiales que, marcando sus ritmos autónomos y libres, palpitan serenos, muy a lo suyo, olvidándose del resto.
La espera resulta también entretenida, y hasta deseada, porque mientras uno anda escudriñando títulos, puede a la vez escuchar las conversaciones del bibliófilo erudito con sus gentes, nunca clientes, sino espíritus ávidos de saber. Y en este ir y venir de reflexiones y comentarios, en esta charla improvisada que se convierte en tertulia, va alguien preguntando y el filósofo contestando para esclarecer inquietudes, aclarar confusiones o dar luz a pasiones que llegaban ocultas tras las muchas capas del trajín diario.
Si la espera se va demorando, puede uno subir por la escalera de madera a la planta dedicada a libros antiguos y usados, el paraíso de la nostalgia. Pues, ¿quién no siente cierta ternura cuando, hojeando libros manoseados y trabajados por el tiempo, encuentra una fecha perdida en la primera página, una firma y hasta una dedicatoria? ¿Quiénes serían estas personas?; ¿en qué momento, de contento o desolación, tomaron entre sus manos estos libros?; ¿con qué intención, un recuerdo, una llamada, pusieron sus deseos en letras?
Bien, parece que ya se despeja el ambiente en el piso de abajo. Sin prisa, allí siempre con el tiempo sin medir, escrutado tras la mirada de la lechuza azoriniana, se toma de nuevo el caracol de la escalera, e inicia la anhelada conversación con un saludo y una pregunta.
¿Qué se pide? En realidad, nada. Se sugiere algún título; se indaga vagamente sobre algún interés; se echa mano de alguna sugerencia: “hoy vengo con ganas de novela histórica”; “necesito algo entretenido”; “¿tienes algún libro sobre el arpa?”; “necesito un regalo para un marino”. El filósofo entonces recurre a su mucho saber, e incitado por los escuetos y difusos comentarios, se arranca como toro de lidia y lanza una torrencial avenida de posibilidades.
Las conversaciones nunca son comerciales: son debates entre púgiles intelectuales. Una vez, recuerdo, que cuando llegué estaba el filósofo enfadado; había tenido una diferencia de opinión con un lector: ¡Es que yo no estoy aquí para vender libros!, me dijo.
Y es verdad. El que se acerque con la prisa y la obsesión de algún título de esos que llaman “lo más vendidos” pues quizá no lo encuentre. O sí. Pero para eso hay otras formas de conseguirlo. Allí hay que ir con otro propósito: el de dejarse seducir. A cambio, recibirá un regalo en forma de historia.
Desde hace ya unos largos meses el filósofo nos ha sorprendido con la ampliación de su espacio. Es un hombre incansable en ilusiones e inquietudes, que concreta con la propuesta de nuevas actividades. Como fue también, en su día, la creación del quiosco en la calle Floridablanca, que tanto me recuerda a la cuesta de Moyano, paseo de muchos domingos con mi padre, para comprar cuentos, de niña, y otro tipo de libros más acordes con mi edad, a medida que yo iba creciendo.
Ahora le ha zascandileado en la cabeza la idea ampliar de nuevo el espacio para dedicar un rincón a la literatura infantil, y otro para vitrinas, en las que se mostrarán colecciones de plumas antiguas con la posibilidad de adquirirlas. Todo lo que Carlos ofrece está revestido de elegancia, de exquisitez.
Gracias Carlos Mosquera Hidalgo por dedicar tu tiempo. No es en vano: lo que has creado va más allá de una tienda de libros. Es el reposo y el refugio para la ilusión de una búsqueda. ¿Cuál? La que cada uno lleve. Para todos habrá contento.