El Molino de Papel

Acuarela de Dolores Franco.
Amparo Ruiz Palazuelos.- En la calle Floridablanca nos encontramos con El Molino de Papel, nombre que abarca dos kioscos o casetas de madera pintados de verde junto al muro, en los que se venden libros de viejo que esperan encontrar un nuevo dueño a un ventajoso precio. Desde el año 2009 el emprendedor y eficiente librero Carlos Mosquera Hidalgo nos ofrece la oportunidad de una librería al aire libre, con su mercancía expuesta a la vista de los transeúntes que por allí pasean, ofreciéndoles la posibilidad del mágico encuentro entre la literatura y el lector, un verdadero oasis cultural en un incomparable marco histórico. Quizá, siguiendo los pasos de Antonio Azorín (escritor que da nombre a su librería en pleno casco urbano, en en el número 1 de la calle Joaquín Costa de San Lorenzo de El Escorial), no ha querido perder la tradición de valorar el libro de lance como motor económico, social y cultural de la localidad.
Paseando por los muelles del Sena (les quais de la Seine) podemos encontrar a los buquinistas (bouquinistes), bravos marchantes del espíritu y peculiares libreros de viejo, que guardan sus mercancías en grandes cajas de hierro o de madera pintadas de verde e instaladas en hilera sobre las balaustradas de los muelles a las dos orillas del río. En esos mismos cofres, una vez abiertos, exhiben sus libros extendidos en el interior, así como grabados, revistas, sellos, postales, dibujos y objetos variados que colocan sobre mesas y bancas colocadas contra la parte baja de dicha balaustrada. La palabra bouquin procede del dialecto flamenco (pequeño, de fácil manejo) y fue incluida en el Diccionario de la Academia Francesa en 1789. Napoleón III les concedió en 1859 los puestos fijos de venta, con diez metros de barandilla y una cuota anual. A partir de entonces su lema fue el de un lagarto y una espada, expresando que trabajaban de sol a sol y que su profesión era noble.
Como parte fundamental del paisaje parisino, la librería a cielo abierto más grande del mundo fue inscrita en 1991 por la UNESCO en la Lista del Patrimonio Mundial como Les Bouquinistes de la Seine.
En España, a finales del siglo XIX, los libreros de viejo compartían clientela con fruteros y floristas en la feria de Atocha, pero en 1919 se instalaron junto a la verja del Botánico, aunque las continuas quejas por parte de su gerencia llevó al Ayuntamiento a concederles un emplazamiento fijo. Así, en 1925 se les concedió la Cuesta de Moyano, con 30 cajones de madera de pino a modo de casetas, sin tinglados auxiliares, sin alumbrado ni calefacción y sin poder subarrendar el puesto; la cuota, de 30 y 50 pesetas al mes, debía ser abonada en los ocho primeros días de cada trimestre.
Hacia los años treinta, siendo el espacio fijo un hecho, las casetas de quince metros cuadrados fueron diseñadas por el arquitecto municipal Luis Bellido y se asemejaban a las de hoy: de madera, pintadas de gris oscuro y adosadas escalonadamente, parecían un tren libresco. Sin embargo, ni libreros ni intelectuales de la época estaban de acuerdo con el lugar, pues se trataba de una cuesta muy empinada, lejos del centro, expuesta al sol, poco visible y de difícil acceso. Azorín y Pío Baroja, que conocían bien a los buquinistas de París y frecuentaban la Cuesta a menudo, fueron sus principales promotores y trataron de conseguir que la feria del libro se instalara entre el Banco de España y el Museo del Prado, pero no lo consiguieron.
Al comenzar la Cuesta, ya peatonalizada, podemos ver la estatua de Claudio Moyano, político que impulsó la ley educativa más longeva de la historia española (Ley de Instrucción Pública de 1855) y al final de la misma la de Pío Baroja. Desde sus inicios, esta calle que une el Paseo del Prado con el Parque del Retiro, se convirtió en el refugio de los amantes de las letras encuadernadas; por ella, no sólo paseaban ilustres intelectuales, sino literatos anónimos, tímidos poetas o lectores de incógnito en búsqueda de algo inesperado o díficil, de un tesoro. Ningún bibliófico podría resistir la intensa y barata tentación de comprar libros en sus emblemáticas casetas.
Las casetas verdes de la calle Floridablanca de San Lorenzo surgieron en los años veinte cuando los coches de caballos, que subían y bajaban viajeros y veraneantes a la estación de tren en El Escorial, fueron sustituidos por autobuses cuyas salidas y llegadas se efectuaban en dicha calle. Las casetas, semejantes a las de la Cuesta y con gran espacio entre una y otra, se dedicaron a taquilla de billetes, bar, venta de barquillos, de helados y prensa (salida de los talleres de la imprenta de José Cogolludo, situada en la calle San Antón esquina con la del Rey desde 1907).
Empezaban a surgir las guías ilustradas, resúmenes dirigidos a un público viajero menos culto pero ávido de extractos informativos, con toda serie de curiosidades y anécdotas, que les ayudaban en sus excursiones rápidas, motivo por el cual se les conocía como “visitantes a la ligera”, siendo el autor de la primera guía local el Padre Zarco.
En las prolongadas temporadas estivales de la numerosa colonia se fue creando un agradable ambiente, que derivaba en sustanciales beneficios sociales y económicos para la población local. En 1915 tuvieron lugar, en el engalanado Patio de Reyes, unos Juegos Florales con la participación de insignes figuras literarias y cuyo discurso principal fue pronunciado por don Jacinto Benavente. Tres años más tarde se incorporaría en el teatro del Real Sitio (actual Coliseo) una cabina de proyección cinematográfica en el palco real.
Ha sido bueno recordar nuestros entrañables kioscos verdes de Floridablanca en el año que acabamos de estrenar, pues se cumple el centenario de la Cuesta de Moyano. ¡Feliz Año Nuevo!