El mercado de San Lorenzo y sus señoras del delantal blanco bordado
![Mercado San Lorenzo de El escorial](https://cronicadeabantos.es/wp-content/uploads/2024/12/MERCADO-DE-SAN-LORENZO-960x560.jpg)
Uno de los grandes encantos de la Navidad, por las emociones que genera el pensar en el reencuentro con amigos y familiares, son los preparativos, lo que suele conllevar en primer lugar la intendencia de las comidas y cenas, centro de toda buena reunión que se tercie en torno a una mesa. Pensar en los apetitivos y hacer la compra de los entrantes y los platos principales era, al menos antaño, aunque no siempre, cosa de mujeres.
Y de mujeres y de compras vamos a hablar por el placer de recordar a dos generaciones de mujeres regentas de los puestos de un mercado de abastos como el de San Lorenzo de El Escorial. No estarán todos los que formaron parte de esta historia, su historia, pero sí están estarán en el recuerdo de muchos de los presentes.
No sólo por ser Navidad, porque así era. Impolutas, siempre con su pelo de peluquería reciente, cara bien lavada o pintada y… sus no menos impolutos delantales blancos bordados.
No hacen falta apellidos: Por edad y carácter de lo más castellano, Sebastiana al frente de la pollería junto con sus yernas con puestos en la nave que ocupaba entonces el callejón del Repeso: Petri en la misma pollería y, en frente, Encarna con su bata blanca al mando del enorme puesto de congelados. Al fondo del pasillo, la pescadería Agudo, con Emilia y, también ayudando sus hijos Marisa y Ricardo, y en la parte original junto a las escaleras Mercedes, siempre ayudando a su marido José Luis Contreras en su carnicería.
Aparte de esa imagen que todos recordarán de los delantales blancos bordados e impolutos, también estaba ese trato tan cercano y familiar que hacía que ir a la compra fuera todo un placer. Al fin y al cabo, era como ir a ver a una amiga, una madre o una abuela propia a quienes pedir consejo para ver qué pieza elegir, siempre en función de la posibilidad. No hacía falta decirlo. No sé sabe cómo, pero lo sabían de la misma manera que sabían las dotes de cada clienta para cocinar y por eso resultaba, no sólo un placer sino también una gran ayuda para muchas mujeres, que te indicasen cómo cocinar la pieza seleccionada.
Una abuela, sí, en la figura de Sebastiana. Era una institución: una mujer que sabía perfectamente estar según quien estuviese enfrente. Sabía medir los tiempos en esas largas colas que se formaban y, si era necesario y así lo consideraba, te atendía discretamente
por un lateral saltándose todos los protocolos del orden de llegada y lo hacía, además, con la habilidad de que nadie se enterara y, si se enteraba alguien, tampoco importaba porque, con ella, nadie se molestaba.
De ella y del mercado, hemos hablado con Petri y Encarna, y con su hijo Fernando. Es este último quien nos ha contado que vino de Salamanca en carro.
Ya da una idea de la resilencia de su persona y de su carácter castellano. A sus yernas les echaba buenas broncas cuando se retrasaban en su entrada a trabajar, nos cuentan divertidas, al recordar alguna estrategia para disimular ese retraso. También nos cuentan el frío que pasaban en esas corrientes que se formaban de aire frío, cuando en Escorial helaba, nevaba y los inviernos eran inviernos.
Y cómo en Navidad, a caballo entre el cierre que retrasaban hasta que ya no quedaba ni un cliente que atender y previo a irse a cocinar sus platos navideños para sus familias, se cerraba la puerta del mercado y, pese al cansancio y el frío, tenían su jarana particular todos los que allí estaban para celebrar entre ellos la Navidad. Se ponían unas tablas con algo de picar y vino, y música para bailar. Recuerdan de ella también cómo sus nietos adoraban las comidas de la abuela Sebastiana: no había mejor tortilla de patata ni pollo asado que el de la abuela.
El mercado ha cambiado con los tiempos, pero sigue apostando por la calidad y el buen trato. Quedan como herederos de este bien saber hacer Gema, como su abuela y madre, al frente de la pollería; también ha seguido la tradición al frente de la carnicería Carlos Contreras.
El recuerdo que tiene de sus padres -Mercedes y José Luis, ya jubilados- es de jornadas “muy duros y largas”. José Luis Contreras comenzó de muy niño trabajando en el puesto que su suegro tenía en el barrio del Carmelo, “que fue quien le enseñó” y, después de unos años en Madrid, en 1975 decidió montar su propio negocio en el Mercado de San Lorenzo. “Empezó con un puesto chiquitito, al lado de la escalera, pero se apañaban bien”; luego ya optaron por un puesto más grande, hasta hoy en que Carnicería Selecta Contreras ocupa tres de estos puestos.
Precisamente de las escaleras nos ha hablado Víctor Rufo, que lleva “ochenta y pico años” en el mercado. Lo explica. Cuando el nació, su madre -Seberiana Benito- le llevaba “siendo bebé, en una canasta” al puesto que regentaba de frutas donde creció. Poco después, Rufo comenzó a trabajar como dependiente en la charcutería que posteriormente adquirió y que hoy regentan su hijo y su nuera. Un puesto por el que, ya estando jubilado, aún se pasa para supervisar que todo esté bien.
Lleva toda la vida ahí. De hecho, puede dar fe de que el piso superior del mercado no existía como zona comercial, “eran casas del Ayuntamiento” y que “estaba todo tabicado”; También, que las actuales escaleras, “no existían”, que se crearon en una ampliación; y que la fuente no se encontraba en su emplazamiento actual, sino “más cerca de lo que hoy son las escaleras”. También recuerda que, en lo que es hoy el callejón, antes de la última ampliación del mercado, había pequeños puestos exteriores, como en un mercadillo “por eso le llaman callejón del repeso”. Pero eran puestos estables, “que sólo se cerraban con una cuerda” porque, en aquel entonces, no pasaba nada. Entre otras cosas, apunta al hecho de que, enfrente, en lo que es el edificio del Cuartel de Voluntarios, “estaba la cárcel, donde los presos de Cuelgamuros venían a dormir”. Sonríe pícaro porque “una vez, un grupo de ellos se escapó tirando una sábana desde la ventana superior para abajo”.
Nuevas generaciones y generaciones venidas de otros lugares ocupan hoy los puestos de este mercado municipal: hablamos de Alberto Rey y su frutería; también se cuenta con otra carnicería, panadería, pescadería y un pequeño puesto de congelados. Pero ya no hay bar donde esperar mientras otros realizan las compras, que también se añora.
Buenas personas -todos-, y gratos recuerdos. Hoy, el mercado se encamina hacia una nueva etapa para modernizar el concepto de abastos. Se reabren expectativas de recuperar aquellos años en que había “muchas pescaderías y muchas carnicerías”, y se vendían a los restaurantes “más de 50 kilos de morcillas y chorizos” en un día de fin de semana.