El fenómeno ‘Cañamón’
A.M.R.- En referencia al término ‘fenómeno’, no es tanto porque Cañamón -apodo con el que se le conocía- fuera un fenómeno (que sin duda, a su manera y forma, lo fue). Pero sí lo fue en el ámbito social, en unos tiempos de gran relevancia para la hostelera de San Lorenzo.
Y esa es mi intención, dar a conocer una época, tanto del personaje como de los establecimientos en cuestión que en este caso son, ni más ni menos, lo que hoy en día conocemos como la Taberna del Corcho y Charolés.
El tal ‘Cañamón’ fue una persona, en mi opinión, muy valiente para bien o para mal. No pretendo ni mucho menos juzgar a nadie, (dios me libre) pero, para conocer esta historia y el lugar en cuestión consideró clave empezar contando de primera mano su historia.
Nos situamos en las décadas de los 60, 70, 80. El esquinazo de la plaza del Ayuntamiento de San Lorenzo Escorial, donde se encuentran hoy en día los dos establecimientos mencionados. En mi opinión, de los mejores situados del pueblo: balcón a la calle Florida Blanca; con unos castaños centenarios que hacen que te encuentres entre ellos como si fueras un pajarillo bien comido; y, entre bastidores, unas vistas a una de las calles más bonitas e importantes del pueblo desde donde, -incluso, se puede ver alguna de las torres del monasterio y el Santuario dónde se guarda la Virgen de Gracia, patrona del pueblo.
Como decía, sería el año 1965 cuando se inauguró el segundo establecimiento hostelero en este esquinazo de la plaza, porque, hay que decir que anteriormente se encontraba la cafería Florida, que después se llamó el Mont Blanc. Ya comenté en el anterior retazo que del citado hotel Felipe II salieron grandes profesionales, y en este caso algunos de ellos trabajaron en este restaurante, como el citado anteriormente Cañamón, y hay que añadirle a su currículum haber trabajado en Suiza, y de ahí le venía el nombre al tal restaurante Mont Blanc.
Fue un referente en aquellos tiempos. La hostelería, empenzaba a cambiar con nuevas tendencias, un poco más modernas y haciendo cosas diferentes, sobre todo en sala, y a las cuales me quería referir. Hay que tener en cuenta que no había la oferta de hoy en día. Existían más las casas de comidas humildes o bares y no tanto como ‘restaurant’, aunque había algunos establecimientos más, con cierto renombre, como son el caso de Pimentel, La Cueva, el Mesón Serrano, Castilla, Alaska y algunos más, con más o menos categoría que yo en aquellos años no me atrevo a calificar y que, por supuesto, también merecerían otro retazo.
Pero el caso que nos ocupa es el esquinazo de esta preciosa plaza de San Lorenzo. La peculiaridad de este local, fue sin duda las novedades e innovaciones que aporto Antonio Tejeda E.P.D.-, alias ‘Cañamón’. Comenzaron siendo dos socios, pero la verdad que, no sé cómo, pero al final se quedó solo ‘Cañamón’ como único gestor del establecimiento en cuestión.
Contaré algunas de las curiosidades que considero son interesantes, en los primeros años del Mont Blanc: platos que se elaboraban en sala delante del cliente, (en aquellos tiempos era muy novedoso al menos en este pueblo-; Solomillo Cañamón; el steak tartar, la fondue bourguignon; los crepés Suzette. Un espectáculo ver pelar, cortar y sacar en gajos una naranja, pinchada con un tenedor al aire, con una catana que si mediría casi un metro. Estos platos se cocinaban y se hacían las salsas delante de los comensales, fue un éxito clamoroso, y fruto de este “fenómeno” conllevó a la ampliación del Charolés, incluso a regentar la restauración del Club de Golf de La Herrería.
Otra de las curiosidades, es que tenía una pared del bar, entera, empapelada con todas las letras de cambio que se supone pagaría mensualmente por la propiedad del mencionado establecimiento. Había que ser muy atrevido, y ya lo creo que lo era. Llegó a pasearse en un caballo blanco por la calle Floridablanca.
Hoy, dando un paseo por el pueblo, me encontré a Fernando Pérez, creador de la firma LA FAMA, muy vinculada al mundo de la hostelería por el suministro de productos de alimentación. Nos sentamos en una de las mesas de la terraza del bar los Mariscos, otro establecimiento entrañable y con mucha historia, enclavado en los soportales y en una de las calles peatonales más pintorescas del centro. Nos pedimos unos torreznos que los hacen crujientes y sabrosos, y, haciéndole el comentario de este retazo, me autorizó a comentar uno de los momentos difíciles de este establecimiento que nos ocupa.
Yo lo viví de primera mano. ¿Sé puso enfermo el cocinero y se quedó solo en aquella cocina un niño de trece años? ¿Se pueden imaginar la situación? Ahí estaba Fernando que, no sé de qué forma, le convenció Cañamón para que nos echara una mano, mejor dicho, para salvarnos de lo que podría haber sido un desastre.
Hay que aclarar que Fernando “fue cocinero antes que fraile”, o empresario en este caso, y además muy bueno. De hecho, se formó en las cocinas del hotel Victoria de San Lorenzo y el hotel Hilton, en Madrid. Gracias Fernando. Yo todavía recuerdo cosas que aprendí de ti, como por ejemplo a hacer mi primera tortilla española, (unas pocas fueron al fogón de carbón al darlas la vuelta en el aire); a hacer un bizcocho a mano, o un helado de mantecado, enfriándolo en salmuera con hielo. ¡Qué tiempos!
Aquello duró unos años, que fueron de oro. Pero, por alguna razón se fue deteriorando, y se terminó vendiendo. El Mont Blanc al BBVA y Charolés al actual propietario, que unos años más tarde también compraría al BBVA lo que hoy es La Taberna del Corcho.
Hay que reconocer al actual propietario de estos dos establecimientos, y además añadir el Cafetín Croché -otra joya de la restauración de San lorenzo de El Escorial- su valía y buen hacer en la gerencia de los mismos, destacando el gran cocido que se elabora en Charolés, de fama nacional e internacional, como uno de los mejores cocidos madrileños.