El chocolate y la perla peregrina

José Ruiz Guirado.- ESTOS días de frío se cuela por todas partes, por muy abrigado que se vaya, se agradece ese chocolate con picatostes que se sirve en el Hotel Miranda & Suizo, que no quiere decir no se haga en otros establecimientos hosteleros escurialenses; sino que se toma como costumbre. No vamos a traer a este día el mapa de la hostelería escurialense, que sin duda, por su calidad y por su tradición, merece que una mañana de estas hagamos un paseo pormenorizado, por cada uno de ellos.
Queríamos decir del chocolate, no de aquella guerra que se declararía en la España decimonónica, entre éste y el café: los tomadores del chocolate lo serían los eclesiásticos, los canónigos y los frailes. Quienes tomarían el café serían los laicos y los liberales. Sería Richard Ford, quien en su trabajo “Las cosas de España” (Traducción de Enrique de Mesa, prólogo de Gerald Brenan. Madrid, Taurus, 1974, pág. 80), nos dijera: “El té y el café han sustituido al chocolate en Inglaterra y Francia; en España, solamente es donde nos sentimos transportados a los desayunos de Belinda y de las gentes de letras a Bulton, donde continúan inamovibles el abanico, el tresillo, el coche de colleras y otros usos sociales del tiempo de Pope y del Espectador”.
No, aquí, en esta maña fría queríamos recordar la figura de Felipe III, que ya de niño sus preceptores avisarían al Rey, su padre –Felipe II-, que su hijo sería inmoderado hasta la gula en la mesa; apreciando con más celo el chocolate –manjar blanco-, que la perla peregrina.
Aquella, que por su color, brillo y forma de lágrima, la convertirían en una de las más apreciadas en todo el orbe; que sería regalada al Rey Felipe II, en 1580, por el Alguacil Mayor de Panamá. Lucida, desde entonces por las reinas que ocuparon el trono español, permanecería en España hasta la Guerra de la Independencia, en la que José Bonaparte saquearía las joyas de los Borbones españoles. Años después, Alfonso XIII intentara comprarla para su esposa, pero lo impidió el elevado precio; acabando por fin en manos de la actriz Elizabeth Taylor, regalo de su esposo Richard Burton. Según parece, hubo otra segunda perla, que le regalaría el rey Alfonso XIII a doña Victoria Eugenia.
Pero esto es ya otra historia, que le dejamos para el papel couché. A nosotros nos interesaba el chocolate por el que se perdía el futuro Felipe III. Que ya de paso, pues no nos vendría a desmano evocar la Fábrica de Chocolates Matías López, de la que el erudito y profesor Gregorio Sánchez Meco, “Cuando el Escorial olía a chocolate” (Ayuntamiento del Escorial. El Escorial, julio, 1996), daría cumplida cuenta No nos cabe duda de que, la glotonería de Felipe III le vendría de su padre y de abuelo.