Crónica de una noche sanlorenzadamente de verano
José Ruiz Guirado.- El poeta Ángel García López, en su primer libro Emilia es la canción (1963), se reparte entre la geografía del Sur y la meseta castellana. Y es en este segundo, donde sentado en la Lonja del Monasterio escurialense, nos dice: “Don Felipe dos,/´¿estáis vos?/ Al monasterio,/ alguien le puso clavado sobre el misterio./Metales finos/sanlorenzadamente/ sobre los pinos”…
NOSOTROS, hemos estado una de esas noches del verano “sanlorenzadamente” sentados en esa Lonja, que nos recordaba el vate roteño, enfrente de la Galería de los Convalecientes mirando hacia Las Machotas (esas protuberancias que se aprecian sobre la dehesa de la Herrería), bajo el mantón de estrellas tintineando, sobre aquellos senos de piedra dura, al abrigo de la noche de estío serrano.
Algún avisado lector, nos dirá al momento: “se está usted alejando de la crónica propuesta y poetizando”. No le falta razón. Nos estamos llevando por prejuicios de quien lleva en la retina la curva del sol en su recorrido, de estos lares. Salvado este instante idealizado, volvemos a la inicial propuesta.
Dentro de los portones cerrados a cal y canto, de la mole granítica, puede uno imaginar la presencia del Padre Soler, la figura más relevante del siglo XVIII musical español, en su celda, con la ventana abierta, oyendo el rumor de la dehesa de la Herrería, escribiendo, en su faceta de pedagogo, la obra: La llave de la modulación y antigüedades de la música.
Seguimos en esta noche sideral, oyendo al poeta en la Lonja: “En este Escorial de metal,/Piedra, /que/de subir/ se hizo hiedra…” Cruza el cielo hacia el Madrid saturno, en ese preciso momento, una Lágrima de San Lorenzo, que se dan en estas fechas, con esa luz escasa y a esas horas de la noche. Quizá nos recordara en Santo Lorenzo, desde su hornacina, allá arriba en la fachada, cómo se le martirizaba en la parrilla, achicharrándole, con cáscaras de huevo y saltara alguna brasa del del fuego. Saben los cocineros del sufrimiento de su patrón en los fogones, una noche sanlorenzadamente como ésta del verano.
Puede un servidor, incluso escribir esta crónica anodina, pensando en cuánto podrían contarnos estas piedras si hablaran; en este lugar en la que la Historia se ha escrito con letras reales. Como aquel espolio de los objetos del Monasterio, sucedido durante la Invasión Francesa, o los sucesos de la Guerra Civil. Pudiera ser el leiv motiv para dejar en el candelero, incluso esta crónica “sanlorenzadamente” pergeñada.