Crónica de una caminata anunciada: el Cubillo
Las cosas buenas, se hacen esperar. Pero aquí tenemos la tercera marcha cubillera de San Lorenzo de El Escorial. ¿Alguien conoce alguna más de la comarca Escurialense? ¡La Esperamos!
J.L.W. ¿Es una paliza? Sí ¿repites al siguiente año? Sí. Por algo será. Y mira que hay momentos en los que te hablas desde dentro y te dices “¿qué demonios hago yo aquí?”. Para empezar, a las 04:30 de la mañana en el Rincón Andaluz, con más sueño que frío, empiezas a preguntártelo. Pero enseguida aparece el personaje del otro hombro que te habla al oído y te dice “no te engañes, estás aquí porque quieres y además sabes que te va a dar mucha satisfacción“. Dilema resuelto. Te pones en marcha.
Llegas a lo alto de Malagón. Todavía es de noche, miras las luces de Madrid y te das cuenta que se oye la música de la disco-móvil de las fiestas de San Bernabé. Segundo momento de crisis. Allí arriba hace más frío a esas horas y vuelves a pensar “¿qué demonios hago yo aquí? Si podía estar ahí abajo tomando cubalibres, y bailando a lo pelines”. Enseguida aparece el hombrecito del otro hombro: “los dos sabemos que estás haciendo lo que realmente quieres“.
Empiezan a aparecer los primeros destellos de la mañana, y eso anima mucho. Sigues el camino. Un camino que no haces habitualmente. Que, aunque ya le vas conociendo, te sientes forastero. Al pasar delante de los sapos que te encuentras se te quedan mirando con cara extraña, con expresión de “este no es de aquí”. La caminata es tan larga y dura tanto que te da tiempo a tener conversaciones con todos los del grupo hasta dos o tres veces. Se habla de todo. La política nunca falta. A mi grupo nos da tiempo a adelantar al otro grupo que ¡como es tradición! siempre peregrinamos el mismo día. El día que no coincidamos los echaremos de menos. Aunque nos libraríamos de sus novatadas, ¡también tradición!, de ponernos bridas en las puestas de las fincas. El primer año tocó saltar, los siguientes ya vamos con alicate.
La romería de la Virgen del Cubillo se celebra siempre el 8 de septiembre, pero está peregrinación que hace mi grupo siempre se fija para el segundo fin de semana de junio. Una de las razones es que su día grande suele coincidir con la romería de nuestra patrona (y esa sí que no se la pierde nadie, todos firmes en San Lorenzo). De muchos años atrás, los caminantes se agrupaban en gremios como el de hostelería, del mercado, etc.. Aprovechaban el día de descanso de su gremio, en hostelería era muy común el lunes, que era cuando además cerraba el monasterio.
Llevando ya más de medio camino, hacemos el almuerzo en la fuente del Descansadero, cerca de una caseta de pastor donde dentro hay libro de visitas en el que puedes dejar tu firma y frase trascendental. Fuente de aguas frescas, tanto que cuenta la leyenda que de fría que es reventó las anginas de un caminante. Con la tripa llena (habiendo tenido precaución de no haberla llenado demasiado) se continua con cuesta abajo suave y se llega a los campos Zálvaros. No sé si se llaman así, pero así los llama mi amigo Felipe. Un espacio enorme, al que le cuesta a la vista llegar hasta el final. Miras a un lado, miras al otro, delante de ti solo tienes espacio, horizonte. Praderas y media docena de cigüeñas. Notas una sensación poco conocida. Estás en un entorno (casi un decorado) en que no hay vestigios de la acción humana. Y tu que creías que los humanos ya teníamos todo trillado.
Subimos el cerro de San Bernabé, con el ojillo revirado para no perder de vista al ganado bravo que hay en esa finca. Al llegar a lo alto, ya se ve la torre de la Ermita. Alegría interior que todos nos quedamos para uno mismo. Las piernas y los pies se van quejando, pero el final ya se huele. Al llegar, la sonrisa no para de brotar de tu boca, mientras saludas a los choferes de tu grupo. Choferes a los que se les invita a la comida que luego hacemos todos juntos.
Todos pasamos a darle las gracias a la Virgen por haber acabado esta entrañable peregrinación. Todos, hasta los no religiosos, que la dan las gracias por lo bajini, no creyéndose lo que están haciendo. A la Virgen se la va a ver a dos cosas: a pedirla y a darle gracias. Las dos cosas le gustan. Con tal de que vayas a verla, ella se pone tan contenta.
Uno de los mejores momentos es cuando te quitas las botas, sacudes la ‘negrez’ de los calcetines y metes los pies en el pilón de la entrada de la Ermita. No hay fisioterapeuta que mejore ese masaje de agua a los pies, se quedan listos como para hacer la vuelta andando. Otro momento glorioso es tomarse un botellín en el bar de la Ermita. La primera vez que lo vi no daba crédito a la circunstancia: es el único sitio de culto que conozco que para entrar en el templo hay que pasar antes por el bar. La Ermita no está abierta por defecto. Hay que llamar días de antes al santero para avisarle que nos la abra. Al entrar vi a un matrimonio en el interior, me fui al hombre y le pregunté “¿Es usted el Santero?” Y te responde “No, la santera es mi mujer”. Dándote una lección de igualdad de género de la de toda la vida, y no la que te venden en la tele como si la acabáramos de inventar. Después de algún botellín más, foto de rigor y a los coches para volver a nuestro querido pueblo.
Ya en San Lorenzo comida de hermandad (realmente no somos una hermandad, pero como si lo fuéramos), donde se cuentan las batallitas vividas en la jornada y las pasadas. En los cafés no puede faltar el chiste del cocodrilo que cuenta Fernando. Siempre se sube a una silla, como si no le fuéramos a oír. Goyo no se va de la comida hasta que no cuentan ese chiste, con unas carcajadas espontáneas y bonachonas como si no lo hubiera oído nunca. Nos despedimos todos con la ilusión de volvernos a ver el próximo año, y nos recordamos que este año antes de volver a casa hay que ir al colegio, ¡a votar que son la europeas!
Desde entonces, pero aquí está.