Conservar el Patrimonio Mundial
Amparo Ruiz Palazuelos.- La Primera Guerra Mundial (1914-1918) terminó con la forma de ver el mundo hasta entonces. La humanidad sobrevivió, sí, pero el gran edificio de la civilización decimonónica se derrumbó al hundirse en la contienda los pilares que lo sustentaban. Europa, que llevaba un siglo intentando definir el papel que la historia y sus obras de arte jugaban en el desarrollo de la sociedad, llegó a la conclusión de que había un patrimonio histórico que nos pertenecía a todos, que era de toda la humanidad, y que había que tomar conciencia de que la cooperación internacional para salvarlo y conservarlo era fundamental.
Según la Conferencia de Atenas de 1931, la mejor garantía de conservación del patrimonio cultural y natural viene del afecto del pueblo, sentimiento que puede ser favorecido con la acción apropiada de las Instituciones. Los educadores deben inculcar en niños y jóvenes el cariño y el respeto hacia todo lo que sea arte, acercarles al conocimiento de su significado y sensibilizarles de lo importante que es proteger testimonios de todas las civilizaciones.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los acontecimientos llevaron de nuevo a dedicar un especial interés por la preservación del patrimonio cultural y natural a nivel mundial por considerarlo como un tesoro y única herencia común de todos los seres humanos. En octubre de 1945 fue creada la ONU (Organización de Naciones Unidas) y en noviembre la UNESCO, cuya misión principal era “contribuir a la paz y a la seguridad estrechando mediante la educación, la ciencia y la cultura, la colaboración entre las naciones a fin de asegurar el respeto universal a la justicia, a la ley, a los derechos humanos y a las libertades fundamentales que sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos del mundo”.
Y fue en la decimoséptima reunión de la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París en 1972, cuando se constató que el patrimonio de la humanidad estaba cada vez más amenazado de destrucción, no sólo por el deterioro del paso del tiempo sino por la evolución de la vida social y económica. Fue señalado – entre otras muchas cosas – que los bienes que tuvieran un especial interés, deberían ser conservados por todos, participando la colectividad internacional en su protección a través de una asistencia eficaz y permanente desde el punto de vista financiero, artístico, científico y técnico, sin reemplazar la acción del Estado interesado. Dichos bienes, considerados de un valor universal excepcional (VUE), podrían ser inscritos en la Lista de Patrimonio Mundial.
En la celebración del IV Centenario de la colocación de la última piedra del Monasterio (1984), el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO, reunido en Buenos Aires, inscribió en la Lista de Patrimonio de la Humanidad El Escorial Monasterio y Sitio. En 2012 estableció el límite, incluyendo en su interior: el Monasterio y sus jardines históricos; la Casa de la Compaña; la Casa del Secretario de Estado; la Casa de los Infantes y de la Reina; la Casita del Infante; la Casita del Príncipe y las Casas de Oficios (primera y segunda). Dos años más tarde, en 2014, fue reconocido como un bien de Valor Universal Excepcional.
La Convención de Patrimonio Mundial reconoce tres tipos de bienes: culturales (monumentos, conjuntos y lugares que poseen un valor universal desde el punto de vista de la historia, el arte, la ciencia, la antropología o la etnología), naturales (formaciones geológicas o lugares naturales que son excepcionales desde el punto de vista estético, científico o cultural) y mixtos (poseen elementos culturales y naturales, como es el caso de El Escorial Monasterio y Sitio). España es el cuarto país con más bienes inscritos en la Lista de Patrimonio Mundial.
Desde los remotos tiempos de Atapuerca hasta la originalidad del modernismo catalán, pasando por la biodiversidad de Ibiza o la poesía de la Alhambra, los bienes declarados Patrimonio de la Humanidad nos permiten hacer un recorrido por la historia de nuestro territorio, poniendo de relieve los elementos más sobresalientes que se han ido produciendo. El pensamiento y la forma de actuar en cada momento se reflejan en los rasgos arqueológicos, en los monumentos, en los cascos históricos o en los paisajes, que fruto de la labor del ser humano se han ido modelando a lo largo del tiempo. La riqueza natural y la biodiversidad también forman parte del patrimonio común, pues naturaleza y cultura se hallan indisolublemente entrelazadas.
Desde los célebres monumentos históricos y museos hasta las prácticas de patrimonio vivo y las formas de arte contemporáneo, la cultura enriquece nuestras vidas de innumerables maneras y ayuda a constituir comunidades inclusivas, innovadoras y resistentes. Proteger y salvaguardar el patrimonio cultural y natural del mundo y apoyar la creatividad y los sectores culturales dinámicos es fundamental para afrontar los retos del tiempo que vivimos. Ningún desarrollo puede ser sostenible sin un fuerte componente cultural, de hecho, sólo un enfoque del desarrollo centrado en el ser humano, basado en el respeto mutuo y el diálogo abierto entre culturas, puede conducirnos a una paz duradera.
El legado material o inmaterial que recibimos de nuestros ancestros debe ser conservado en óptimas condiciones y mejorado en lo posible para quienes nos sucedan, define nuestra identidad y aporta cohesión social. Cuando las Instituciones y la sociedad civil avanzan en la misma dirección, el resultado siempre es un éxito.