Carlos Gómez de Aizpurua, promotor de la entomología aplicada y vecino de San Lorenzo
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ADRIANA RAMIREZ FE.- De padre Aragonés y madre Navarra. 96 años. 60 dedicados a la entomología. Su biografía es “de libro”, como él mismo reconoce. Su abuelo trabajaba en el Consultado Español en Francia. Allí es donde nació y se crió su padre, quien volvió a España para cumplir con el servicio militar. De hecho, fue militar de profesión e industrial por vocación, además de pintor. Cuando estalla la Guerra Civil Española se trasladan a Burdeos, donde nace Carlos Gómez de Aizpurua.
Allí, recuerda Carlos, vivían en una casa de campo con mucho terreno y donde había muchas mariposas. Con tan solo 13 años, comenzó su afición por la entomología. También allí les sorprendió el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y la invasión de las tropas alemanas, que se afincaron junto a su propia casa, en la que recuerda con orgullo ondeaba siempre la bandera de España.
Al poco tiempo, con 16, sus padres decidieron regresar a España. “Tuvimos que refugiarnos en el Consulado Español”, donde permaneció “varios días encerrado en la celda de una monja que me daba de comer a través de una mirilla. Tardamos tres meses en llegar a la frontera”.
Cumplió los 17 años ya en España. Concretamente en San Sebastián. Ahí se le planteó la primera duda existencial. ”Y ahora, ¿qué hago?” Recuerda que necesitó de un profesor para ponerse al día con el idioma español y terminar su Bachillerato. Paralelamente, había heredado la pasión de su padre por el mundo militar, así que optó por estudiar aeronáutica en Madrid, entonces dependiente del Ejército. En su primer año fue el número dos de la clase, pero al año siguiente esta carrera pasó a ser del Estado, por lo que decidió ponerse a disposición del Ejército “Era una buena forma de viajar” -sonríe- y “ganarse la vida”. Fue el único espacio de tiempo, siete años, en que dejó a un lado la entomología.
Pero la casualidad le devolvió a ella. Fue destinado a San Sebastián donde vivían sus padres, al acuartelamiento de Loyola, pero la enfermedad de su padre hizo que tuviese que replantearse de nuevo la vida, por lo que renunció al Ejército. Le intentaron retener ofreciéndole entrar en la Academia Militar de Zaragoza como sargento para salir en dos años como teniente, con plaza fija. “Lo siento mi teniente, pero no puede ser. Mi padre se está muriendo y me tengo que hacer cargo de mi madre, mis dos abuelas y mi hermano”.
Ya llevando vida civil conoció a su mujer, Conchita, se casaron y vinieron los hijos. El primero, nació en San Sebastián, donde residían. Recuerda que un día, teniéndole en brazo, y hablando con su mujer, le evocaron imágenes de sus “andanzas” con las mariposas y Conchita le planteó “¿y por qué no haces nada? Y así los domingos podemos ir al campo y observar las mariposas…”.
Iba a necesitar una serie de productos químicos para volver a arrancar esa afición, por lo que un día entraron en una farmacia y le preguntaron al boticario por un producto en concreto y me contestó ¿para qué quiere Ud. soj? ¡Esto es raro! Se lo expliqué y me preguntó -¿Ud. conoce la Sociedad de Ciencias Aranzadi? Le contesté que no y me dijo que él era el director. Pásate por ahí y… Y, así, retomó el contacto con una de las cosas que más le apasionaban.
Pero su inquietud por ir algo más allá, le condujo a preguntarle a su amigo si conocía a alguien del mundo de la Entomología en Madrid (al fin y, al cabo, la familia de Conchita vivía ahí y, seguramente, también podría ampliar su ámbito de investigación). Éste le contestó que sí. “Conocía nada menos que Eugenio Morales Agacino, secretario general de una nueva sociedad de Entomología”. Cuando éste llegó a San Sebastián a pasar el verano, su amigo le puso en contacto con él. Y así, comenzó a formarse y a trabajar durante algún tiempo a caballo entre San Sebastián y Madrid. A partir ahí compatibilizó su trabajo en una fábrica con su verdadera pasión, pero sus continuos viajes a Madrid le hacen replantearse su traslado a la capital.
No en vano, Madrid le permitió conocer a mucha gente. “Una cantidad de personas amables, del más alto nivel”, recuerda con cariño. Entre ellos, el entonces director de la Escuela de Ingenieros de Montes y el Director de Agrónomos.
Su dedicación a su pasión, a partir de ahí, pasó a ser su trabajo principal y es cuando se planteó su traslado a Madrid, entre otras cosas porque también estaba la familia de su mujer, Conchita. Fue cuando se asentaron en San Lorenzo de El Escorial.
En estas lides, de nuevo su inquietud le llevó a plantear si la entomología se estancaba ahí, o se podía ir más allá. Porque, recuerda algunas conversaciones con Agacino, “se hacía una entomología vana. No servía para nada más que para hacer una clasificación. Yo entendía que había que ir más allá, pero no había un sentimiento general de buscar soluciones a problemas y había que unificarlos en algo”, e “ir a buscar una explicación práctica de lo que se hace”, que ayudase a afrontar, por ejemplo, problemas reales que se estaban planteando, a los agricultores, para que cuando les consultasen con un problema, “se lo pudiésemos resolver”.
En la confianza en que se podía avanzar a este respecto, Carlos le comentó a su colega, “me gustaría hacer una cosa en la que reunamos de cada especie un conocimiento lo más exhaustivo posible, pensando en que todo lo que hagamos y sepamos de esa especie tiene una forma práctica de actuar: tanto para perseguir como para proteger”, ambientalmente hablando. A esto su amigo Agacino le contestó “nunca había oído hablar así, ¿por qué no empiezas?”.
Junto con su amigo el director de la Escuela de Montes, decidió formar un equipo de trabajo que no tardó desembocar en la creación de la nueva Sociedad Española de Entomología Aplicada que, recuerda, “estaba dentro del Ministerio de Agricultura, con sede en la escuela de Agrónomos, y una sucursal en Sevilla”.
A partir de ahí, de la catalogación, el estudio de la morfología, los hábitats, y la fotografía de cada especie de lepidóptero, comenzaron a tener en cuenta también otros aspectos como la composición del suelo en que habitaba cada una, los tipos de floración, su alimentación, la climatología… Parámetros, en su conjunto, que no sólo permiten saber el estado de conservación o evolución de los ecosistemas, sino también anticiparse a acontecimientos que, por ejemplo, consecuencia de la climatología basándose en la observación migratoria de las poblaciones.
Así, gracias a sus 60 años de investigación, existe una completa guía fotográfica de todas y cada una de las especies de lepidópteros ordenadamente numerados, que reconducen al lector a través de varios tomos, a la ficha correspondiente de cada oruga y mariposa con una detallada descripción morfológica, fenología, fases preimaginales (larvas y las pupas, que preceden al imago), alimentación, ecología y distribución geográfica y analizar por qué mariposas que un día se daban en abundancia en un lugar, hoy apenas se ven ya o se empiezan a ver en otros lugares y, también, abrirnos los interrogantes acerca de lo que puede estar pasando.
Madrid, San Lorenzo y el Arboreto Luis Ceballos
Carlos ¿por qué escogió San Lorenzo de El Escorial para fijar su residencia?
Porque El Escorial es la maravilla de las maravillas. Es en todos los sentidos la cosa más bonita que hay. El monasterio y un entorno natural que lo hace único. ¿Cuántas veces habré subido a Abantos? Se pierde la cuenta. Incluso nevando…
Seguimos hablado de Abantos, en este caso del Arboreto Luis Ceballos. Recuerdo que en los 90, siendo consejero de Medio Ambiente Carlos Mayor Oreja, se creó un mariposario.
Efectivamente. Se colocó una gran jaula para que se pudiese conocer el ciclo biológico de los lepidópteros.
¿Qué papel juega para Ud. la educación ambiental?
Es fundamental. Hay que enseñarles a respetar lo que les rodea; que no maten sin conocer. Que se puede coger para la observación, con un respeto, pero no hay que destruir por destruir. Por eso existe la entomología, para proteger y buscar el equilibrio.
Hoy por hoy, Abantos tiene un problema con la procesionaria del pino ¿A qué se puede deber?
Hay que estudiar bien el asunto. No cabe duda, que la temperatura facilita su proliferación. Hubo una cosa que no pudo hacerse: una vez me trajeron unas orugas, de una cierta edad, en las que encontramos un virus; un poliedro que mataba el 80 por ciento de estas orugas. Pero no se podía emplear para ello; es un virus y puede mutar en cualquier momento. No se pudo hacer.
¿Qué se puede hacer?
Una opción es que, cuando la oruga baja de los troncos para enterrarse, ahí si podemos hacer alguna cosa: poner cola en la parte superior el tronco y en la parte inferior antes de llegar al suelo, y que se queden pegadas ahí. Es una solución relativamente sencilla y no es contraproducente. Pero hay que estudiar primero el lugar donde estén esas orugas y estudiarlo durante un ciclo completo -no vaya a ser que haya dos puestas-, y actuar antes de que se metan bajo tierra porque, si no, no hacemos nada.
¿Esto puede afectar a las aves insectívoras?
Las insectívoras comen poca procesionaria debido a los componentes urticantes de esta oruga.
Vamos, que no son útiles ni para eso.
Para nada. De hecho, son peligrosas, para los perros, para los niños…
Cuéntenos algo a tener en cuenta, que se desprenda de los estudios que ha realizado en la Comunidad de Madrid
En los estudios que realicé durante siete años en la reserva del Regajal-Mar de Ontígola, con otros cinco tomos de estudios que profundizan en la flora y fauna entomológica de esta zona de Aranjuez, advertí que, bajo mi punto de vista, parte de lo que está pasando ahí por el cambio climático, puede predecir un poco lo que puede sobrevenir a esta zona con respecto a movimiento de poblaciones. La procesionaria del pino -retoma la conversación anterior-, es una oruga mucho más dura: hay insecticidas muy rápidos que, bien hecho y bien informada a la población, puede ir acabando con esto.
En su momento, en Abantos se pusieron trampas de feromonas…
Dan resultado, pero ¡es tanto lo que hay, que es muy poco efectivo!
Precisamente este mes de julio, Carlos Gómez de Aizpurua hacía entrega al Ayuntamiento sanlorentino de otra parte de su trabajo. Obra que también ha querido ceder también al Ayuntamiento de Saint Quintín, municipio hermanado a este Real Sitio.